“El mayor espectáculo es un hombre esforzado luchando contra la adversidad; pero hay otro aún más grande; ver a otro hombre lanzarse en su ayuda”. (Oliver Goldsmith)
Si pudiéramos asentar las bases de este nuevo siglo podríamos decir con rotundidad que este será un tiempo de colaboración y elevación de la condición humana. Los límites de nuestra resistencia como grupo han sido más que probados a lo largo de la historia. Ni catástrofes, ni guerras, ni epidemias, ni crisis han podido reducir nuestra condición. Más bien ha ocurrido todo lo contrario, ante la adversidad, el ser humano ha reaccionado con coraje y valentía.
En ese sentido, podemos sentirnos satisfechos por ver como aquello que nos aleja de nuestra dignidad más elemental es vencido por el espectáculo de vernos unos a otros apoyando nuestras vidas, nuestros soportes vitales ante la experiencia y la incertidumbre. El apoyo y la colaboración de unos con otros ha sido capaz de transformar el destino de toda una especie. Y en estos tiempos de acelerado ritmo, de ruptura con lo añejo y de vueltas a timonear un nuevo espacio y un nuevo tiempo tenemos el derecho de seguir buceando en la plenitud sostenedora.
El reto es imponente. Si seguimos endiabladamente ciegos ante la actitud egoísta podemos retroceder en muchos aspectos. En este tiempo de caducidad, donde todo parece volverse inútil y donde el futuro incierto reclama mucho más que atención, estamos dispuestos a saborear el éxito del reto que viene. El éxito de la comunión humana, de la libre y fraternal unión de almas. Ese es el sentido que conducirá nuestros destinos hacia una relación diferente entre los unos y los otros. La semilla de la fraternidad ya está sembrada. Pronto empezará a dar sus inevitables brotes.