Primera semana de experiencia

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«Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la intuición que una vida de comunidad pudiese ser el signo de que Dios es amor y solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear una comunidad con hombres decididos a dar toda su vida y que buscasen comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón y la simplicidad estuviesen al centro de todo» (Hermano Roger, Dios sólo puede amar).

No sabemos realmente el significado profundo de la palabra Dios tal y como desea expresarlo el hermano Roger, fundador de la comunidad de Taizé en la que tuvimos la suerte de visitar en más de media docena de ocasiones. Cuando paseábamos por sus calles en el sur de Francia, cerca de Clunny, o cuando escuchábamos sus canciones en la comunidad de Findhorn en Escocia o en Alemania en las frías noches de invierno siempre sentíamos ese amor incomprensible y misterioso que nace de la común unión de seres que anhelan la reconciliación.

Estos días, en la primera semana de experiencia oficial en O Couso sentíamos ese anhelo. Ruth hablaba de la unión de todos los pueblos y el derrumbe de los estados con ese deseo ardiente de aquellos que anhelan la ciudadanía universal en contra de tanta frontera. Agustina sentía ese amor abrazando a unos y otros y especialmente a todos los animales que cada día son más. Soledad se emocionaba desde el minuto cero, cuando contemplaba la belleza del verdor y los bosques, compartiendo esa sensibilidad por todo lo existente. Miguel, siempre incansable, facilitaba la vida ayudándonos en todo lo que podía, ideando nuevas soluciones a los retos diarios. La decoración de la letrina ecológica o la construcción de una ducha de agua caliente calentada por el sol han sido uno de sus hitos, además de las lecciones sobre alimentación crudivegana. Marga sentía dentro de sí la generosidad del lugar, sus energías emocionada ante la potencia de las mismas mientras que su pareja Ángel revivía en sus carnes la experiencia comunitaria. Sergio amenizaba las tardes junto a Luije, incansables en humor y trabajo, en cooperación y ejemplo de alegría y bien estar. Francis llegó y no tuvo más remedio que quedarse atrapada en los abrazos, devolviéndolos con esa suavidad propia de ángeles que desean permanecer alados. El pequeño Pedro siempre nos sorprendía con sus cosas, a veces profundamente incomprensibles para mentes simples como las nuestras y a veces sorprendentes por su ocurrencia. Su hermana, la princesa Jimena, se ha convertido sin querer en la sacerdotisa de este pequeño reino angelical. Y la abuela María con esa sabiduría que nos deja a todos boquiabiertos con ejemplos claros y conocimientos de otro tiempo que cultiva en nosotros la semilla del saber. Y su hija María y Laura empeñadas en profundizar de igual forma en esa triada necesaria para manifestar la fe y la esperanza en ese mundo nuevo que ya llevamos dentro de nosotros y que anhela renacer.

Todos tienen sus virtudes y sus talentos, pero todos están dispuestos a prestar atención a la simplicidad de una vida sencilla y austera, al acercamiento donde la bondad humana nace en una riqueza incomprensible y amable. Todos tenemos ese anhelo palpitante de sentirnos más cerca de ese misterio que nos lleva a unir nuestros corazones en silencio en las meditaciones mañaneras, a abrazarnos pecho contra pecho de forma sincera en los círculos de consciencia, a sentir el palpitar y el aliento del otro mientras trabajábamos en cualquier tarea. El anhelo se ha hecho real, lo hemos sentido, lo hemos tocado y lo hemos atrapado por instantes. Así hemos aprendido de la experiencia de buscarnos, de encontrarnos, reconocernos y amarnos.

Hemos aprendido mucho de esta primera semana de experiencia. Ya casi sin tiempo de recuperarnos andamos preparando la segunda. Almas bonitas acuden a nuestro encuentro de compartir. No pedimos nada a cambio. Sólo esa alegría de sentirnos vivos, de sentirnos palpitantes ante la nueva buena. Hemos dejado la pesada carga de la red de peces y ahora nos hemos convertido en pescadores de almas. Nuestro anhelo es tan sólo el de dar aliento a todos aquellos que andan en el Camino. Somos afortunados por poder verter algo de agua en sus copas sedientas. Y privilegiados por compartir en la mesa común el pan de la comunión sincera.

Ya se echan de menos a todos los amigos que permanecen vivos en nuestro corazón cada vez más grande y ancho. Ya esperamos el regreso de la esperanza y la fe en un mundo más sano, más real, más vivo. Gracias de corazón almas bellas. Vuestro aliento ahora es nuestro aliento. Ya conspiramos juntos en un mismo sentir. Ahora toca preparar de nuevo el receptáculo para acoger a la nueva ornada.

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