Segunda Semana de Experiencia en O Couso

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Cada semana es diferente, cargada de emociones, de silencios, de risas, de alguna lágrima, de esperanzas, de bienvenidas y últimas de adiós. La segunda semana de experiencia ha sido un éxito en lo humano. Se unen lazos que hasta hace pocos días no existían los unos para los otros. Se crean vínculos hermosos y nace un egregor especial y diferente que tiñe de colores infinitos un mundo nuevo, diferente y amoroso que germina a cada instante.

Luis, Carolina, Xosé, Sara, Chus, Patricia, Sergio, Mercedes, Luije, María, Roberto, María José, Elvira, Eduardo, Alex, Laura, … No son solo nombres, tras ellos existen infinidad de cosmos, infinitos avistamientos del sempiterno mundo. También nos hicieron compañía los perros, gatos, cobayas, conejos y gallinas que han participado activamente en la semana. Sin ellos la semana hubiera sido diferente, sin duda.

En lo material hemos consumado muchas cosas. Ya tenemos un hermoso leñero, también un lugar para el compost, algunas habitaciones limpias del todo, una estupenda cocina y comedor de verano, una parte del tejado totalmente rehabilitado y listo para soportar el duro invierno, unos muros cada vez más claros y un prototipo de jardín y huerta que cada día va tomando forma. Los avances se ven cada vez más y al final del verano se habrá consumado parte del primer propósito imaginado hace unos meses.

Si la anterior semana de experiencia predominó la cultura andaluza, en esta ha sido la gallega la que se ha reunido en torno a una mesa que cada día se hacía más pequeña. Los corazones iban encontrándose con el misterio de la vida ordinaria, por descubrir en el trabajo diario, con consciencia, momentos de lucidez, de profundidad, que compartidos con el grupo, crean esa magia necesaria para poder transformar las cosas desde uno mismo. El trabajo diario y compartido bajo las premisas del apoyo mutuo y la cooperación son en sí mismos auténticos talleres didácticos, profundas escuelas de entrenamiento y aprendizaje. No necesitamos dogmas, ni gurús, ni enseñanzas, talleres o disciplinas especiales. La propia vida profundiza en nuestra psique liberando aquello que necesitamos a cada instante.

Aquí aprendemos que la solidaridad es más productiva que la competencia, que la paciencia produce milagrosas obras que antes parecían imposibles. La naturaleza nos enseña que todo está compuesto de ciclos y de calma, que cada cosa tiene su tiempo y que hay que sembrar y ver madurar el fruto para luego poder recolectarlo. También nos enseña la complejidad de las cosas, y lo fácil que resulta desenredar toda cuestión con la mera observación. El trabajo consciente es una auténtica universidad de concentración, ese arma poderosa que puede con todo y crea cuanto se desee. Estar concentrados y atentos en la vida provoca que podamos vivir más intensamente cada acontecimiento, cada contacto humano, cada abrazo, cada sentimiento.

Eso hemos hecho, abrazar el instante, tocar el corazón del otro pecho a pecho, beso a beso, susurro a susurro. Sin prisas, mirando de frente la felicidad, aquí y ahora, sin nada más que hacer que seguir el estremecedor camino de la vida.

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