El anhelo de todo soñador siempre ha sido el de crear un entorno donde pudieran convivir de forma armónica e inspirada la naturaleza en su más grandioso esplendor y la vida del ser humano.
Algunas veces estos sueños se hacen realidad, como ocurrió en 1963 en Nærum (Dinamarca), en Brøndby, a quince kilómetros de Copenhague. Inspirados por las ilustraciones del arquitecto Carl Theodor Sørensen que trataba sobre un proyecto moderno de jardín llamado “Runde haver” y con el apoyo del arquitecto Erik Mygind, se decidió elaborar planos para una comunidad compuesta de huertas urbanas familiares. Los planos agrupaban doce unidades circulares, subdivididas en casas que no sobrepasan los cincuenta metros cuadrados.
Cuando diseñábamos la comunidad de O Couso, primero en el plano de los sueños, luego traspasando el plano mental hasta que las sincronías unieron nuestras diferentes sensaciones, nos dimos cuenta de que en muchas partes del mundo se estaban tejiendo ideas similares. Cuando leí la noticia de la ciudad jardín danesa, un lugar cuya estructura intentaba emular la de las villas que usan el centro como espacio para la socialización, no podía creer que ese experimento ya existía. El diseño, que constituye un ejemplo de arquitectura sustentable, es exactamente igual al que habíamos soñado por vías diferentes.
Estos días de interminables paseos miramos por todos lados entre la pradera y el bosque de qué forma podríamos situar las casas sin que representara un impacto visual extremo su construcción. ¿De qué forma se pueden crear casas ecológicas integradas en un bosque o una pradera verde? Sabemos que queremos emular las casas redondas como símbolo de unidad y comunidad, y también sabemos que queremos construirlas con los propios materiales que da la tierra: piedra, madera de castaño y pizarra. Pero queremos hacerlo de forma que el impacto visual sea el mínimo.
Ahora estamos viviendo en una acogedora caravana, pero es algo tan circunstancial como esos sueños que deambulan desde hace años en nuestra mente y corazones. Es un paso, un peaje arriesgado, pero que nos libera de muchas pesadas cargas que podrían impedir construir el sueño. Muchos pensaréis que es pura valentía o espíritu libre. Es cierto que tiene algo de eso, pero también es cierto que tiene mucha racionalidad encubierta. No hacemos las cosas por azar. Trazamos un camino en los planos sutiles y luego vamos dando pasos para conseguir las metas. Ahora estamos felices en la caravana, trabajando gracias a una pequeña placa solar que alimenta nuestros ordenadores y cocinando cosas riquísimas a camino entre la ruina de piedra y la caravana. Los paseos de la tarde junto al bosque y la pradera son inspiradores. Vemos a los animalillos del bosque, a las castañas que ya están cayendo desde los altas ramas, el agua que empieza a brotar por todas partes. El paraíso hecho realidad, y con el propósito interior de ser compartido con todos. De ahí nuestro empeño, nuestra arriesgada valentía. Sólo con esa necesidad circular, solar, de compartir. Crear una pequeña comunidad sostenible, habitable, para que muchos puedan comprobar que la vida sencilla ofrece una felicidad que las cosas, las diez mil cosas de las que nos rodeamos, no es capaz de ofrecer. Lo estamos experimentando ahora, en este instante, rodeados de bosques en esta pequeña caravana de no más de diez metros cuadrados. Aquí hay de todo, no nos falta nada. Y ahí fuera, un inmenso océano de sensaciones que esperan ser compartidas.
Seguimos trabajando en la propuesta de comunidad mientras construimos la casa de acogida. Es un reto imparable y estamos felices de todos los ánimos y apoyos que recibimos. Ya hay una comunidad que se está construyendo más allá de esas bonitas casas que esperan a sus habitantes. Sentimos que la comunidad ya se está tejiendo en gestos y experiencias inolvidables. Gracias por ser parte de este sueño vivido.
(Foto: Ciudad Jardín “Runde haver”, en Dinamarca).