Llegaron a O Couso y no quisimos hacer muchas preguntas. Una familia con dos niños aún en lactancia y una vida totalmente alternativa en cuanto a educación y futuro. Más tarde nos enteramos de que ella había sido una actriz famosa en su país. Incluso había estado en las portadas de revistas importantes. Toda una celebridad que andaba descalza intentando educar a sus hijos de forma natural. “¿Por qué desde pequeños nos encarcelan en una cuna? ¿Por qué siempre nos impiden desde pequeños que desarrollemos la posibilidad de equivocarnos?” Sus reflexiones rozaban la provocación al mismo tiempo que se abría una nueva forma de entender de donde surgen nuestras pobres y miedosas estructuras interiores, aquellas que en el futuro nos impedirán dar pasos seguros hacia un verdadero cambio.
Resulta curioso estar sentados en las caravanas y atender a unos y a otros. Vienen por lo general personas con inquietudes, con anhelos, con deseos de cambiar el mundo o al menos un ápice de sí mismos. Los observamos siempre en silencio, con cierto desapego, sin intentar influenciarles excesivamente en sus programas mentales, en sus hábitos, en sus manías, en sus necesidades, en sus miedos. Sólo dotamos a sus vidas de un espacio diferente y un tiempo flexible. Algunos lo cogen como una herramienta y otros como una oportunidad. También están aquellos que prefieren pasar desapercibidos y pensar que están en un lugar de vacaciones donde pueden no sólo hacer cualquier cosa, sino además, aprovechar estos momentos únicos para plantearse mil cuestiones. Inclusive las del cambio.
Para nosotros todas las personas que se acercan a O Couso son una fuente de aprendizaje. Nos damos cuenta de lo complejo que es el ser humano en todas sus manifestaciones, en todos sus criterios, en toda su forma de existir. Algunos pasan desapercibidos, otros pasean sencillos con toda idea o acción mientras que otros ponen en movimiento cientos de recursos para mejorar las cosas. Nadie es imprescindible pero todos en el fondo nos necesitamos.
Al final la conclusión resulta muy parecida. Queremos cambiar de vida pero nos cuesta dar un primer paso. Ni siquiera existe el poder o la convicción de que ese primer paso es el más sencillo y empieza por uno mismo. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo enfrentarlo? ¿Con quien?
No quisimos preguntarle, pero estamos convencidos de que esa actriz famosa, cargada de glamour y objetivos de cámara un día decidió cambiar de vida. Fue valiente e hipotecó su carrera profesional para vivir otro tipo de existencia junto a su amada familia. Dio ese primer paso, pero luego el mundo le esperaba para recuperar la necesidad de seguir caminando. ¿Hasta cuando? ¿Hasta donde? Buscar de un lado a otro, empezar de nuevo cada poco tiempo, imaginar que quizás lo ideal está en alguna casita en el campo, o en alguna comunidad perdida que pueda adaptarse a sus propias necesidades. Soñar que quizás cambiando de marco, de escenario, se puede cambiar algo de nosotros.
Cuando alguien viene siempre le advertimos de que este lugar no es el paraíso, excepto si el paraíso está dentro de cada uno. Es una advertencia importante porque muchos creen que cambiando de lugar o de gente todo cambiará. Pero sabemos que eso no es así. Proyectamos en la realidad aquello que llevamos dentro. Y O Couso es perfecto para proyectar cielos o infiernos interiores. Si estamos en paz con nosotros y con el mundo, O Couso será un remanso de paz y tranquilidad. Si estamos en continuo conflicto interior, O Couso se convierte en un auténtico campo de batalla.
No sabemos qué es aquello que nos impulsa a canjear trozos de nosotros mismos y qué es aquello que nos anula el deseo o la fuerza para hacerlo. Tampoco sabemos de donde nace la energía suficiente para acometer una radical transformación en nuestras vidas. Algunos ni siquiera se lo plantean como posibilidad. Otros ni siquiera penetran en el misterio que se teje a cada metamorfosis conseguida. Realmente somos al mismo tiempo poderosos y vulnerables. Somos como ese ocaso cargado de majestuosidad y esplendor antes de abandonarse a la noche. Somos como esa cuna donde nos contaban cuentos de miedo. Unos garrotes endurecidos por el temor a ser libres. Pero también somos esas aves que vuelan libres aprovechando las corrientes de aire. Cualquier estímulo nos puede conducir a la más profunda plenitud.