
Nos encontramos en alguna parte cerca de Granada, en la comunidad de Amalurra, celebrando el encuentro de invierno de la Red Ibérica de Ecoaldeas. Este es un lugar propicio para compartir experiencias, para conocer grupos y personas que han entregado parte de su vida a la experiencia de vivir un modelo alternativo de convivencia. Son la prueba física y palpable de que otro mundo es posible. Algo que pasa de la teoría a la praxis, algo real que se está haciendo aquí y ahora.
Son personas normales, de carne y hueso, con sus contradicciones, con sus conflictos, con sus tristezas y alegrías. Con la característica de que alguna vez en sus vidas fueron valientes y dieron un paso firme hacia otro lugar, hacia otra dimensión de la existencia humana. No hay nada extraordinario en ese hecho en sí, pero sí hay mucho de extraordinario en cada una de sus vidas.
Llegar hasta aquí y compartir estas experiencias es un escenario único para conocer la dimensión humana en toda su visión amplia, en toda su perspectiva futura, en toda su carga llena de esperanza y fe. Dan ese paso firme porque tienen confianza, porque tienen el anhelo de soñar, pensar y actuar para que todo cambie.
De alguna forma inspiran un mundo diferente, más amable, más reconciliado con la naturaleza, con la tierra, los ríos, las montañas. Su dimensión ecológica a veces también alcanza sus vidas personales. Sus emociones, sus acciones individuales, sus creencias y pensamientos son matizados por esa observación en la convivencia estrecha, en los espejos que constantemente reflejan el rostro de lo que somos.
Son auténticos privilegiados que se reúnen en círculo alrededor del fuego conciliador. Cuentan historias y desahogan sus miedos. Se abrazan y conservan el tesoro de la proximidad, de lo cercano. El individuo cobra de nuevo el sentido del abrazo comunal, y se comulga en la esperanza del mundo nuevo bajo la mirada atenta de los cielos descubiertos entre montañas, en los valles húmedos con sus ríos vaporosos, en las entrañas de tierras incógnitas que soportan el timbrar de sus tambores. En estos lugares, las ecoaldeas, las comunidades, el ser humano cobra una dimensión diferente.
Nos sentimos reconciliados con esta llamada universal por ser más humanos, más cargados de emociones sinceras, de esperanza compartida. Nos sentimos privilegiados, en un mundo abocado a las máquinas y su soledad, por sentir el tambor de nuestros corazones. Están cerca. Bombeando la vida. Surcando los reflejos del gran espíritu, paseando entre valles rociados de belleza inmanente, volando libres como el ave Simorg.
Porqué esos anuncios
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