Todos los sistemas tienen un inevitable ciclo de vida y muerte, un recorrido de crecimiento y decrecimiento donde el final se simplifica con una desintegración total de lo existido hasta ese momento. Según algunos expertos, nuestra civilización se encuentra en este instante en una situación de colapso. De alguna forma, el ser humano se ha ido preparando mediante mitos y creencias, de forma interior y psicológica, para este final.
Las pruebas científicas parecen contundentes. Los científicos y filósofos de nuestro tiempo se interrogan sobre el momento de la historia en el que estamos. Según algunos, nos encontramos en este presente donde las líneas de desarrollo se quiebran. El crecimiento infinito en el que se basa nuestra civilización está chocando frontalmente ante las riquezas finitas del planeta. Hasta este momento, habían crecido exponencialmente y lo seguirán haciendo hasta un punto que los teóricos de sistemas y ecologistas llaman “saturación y colapso”. Esta teoría del colapso viene apoyada por bases científicas como la teoría del pico de Hubbert, donde se dice que el pico de producción máximo del petróleo será la señal de que el colapso de nuestra civilización está próximo. En los movimientos ecologistas se ha puesto de moda esta idea, reforzada con documentos y documentales como el de Colapso, de Michael Ruppert.
Los movimientos milenaristas y apocalípticos siempre han existido. El miedo al final de la civilización siempre ha golpeado nuestros corazones sensibles. A diferencia de otras épocas, los datos y estadísticas nos muestran un futuro alarmante y pesimista. Quizás estamos siendo testigos de un colapso real que afectará a todo el panorama existencial de nuestra civilización.
Nosotros no trabajamos bajo la presión de ese futuro inmediato, oscuro y tenebroso donde todo se derrumbará y provocará la pérdida de sentido y el inmediato vacío interior. Nuestros esfuerzos no se centran en predecir lo negativo de ese momento posible, sino que nos vemos obligados a partir de la base experimental que nace de una visión esperanzadora y útil al momento actual. Es decir, no nos centramos en descubrir los entresijos por los que la sociedad quebrará inevitablemente, sino que buscamos soluciones prácticas para crear un mundo mejor, más limpio, más profundamente verdadero, más cargado de soluciones prácticas que nos lleven a una vida rica, compartida y solidaria.
Creemos que la búsqueda de una solidaridad local, la siembra de todo aquel alimento nacido libre de derivados del petróleo, la liberación de una tierra que no debe ser hipotecada, la construcción dócil y sostenible, la autonomía energética y alimentaria así como la obtención de nuestra propia agua, cuidando sensiblemente todo recurso natural, la cocreación con la naturaleza bajo el prisma de sabernos parte de ella y unas relaciones basadas en el amor y el respeto y no en la imposición o el dogma son parte sustentable de nuestra visión.
No se trata de advertir sobre el inminente colapso. Nuestro esfuerzo arranca sobre la manera de provocar una vida amable ocurra lo que ocurra en el futuro, esforzándonos para adecuar el sentido humano de la vida al sentido espiritual de la misma. No tratamos de huir hacia adelante y protegernos. Tratamos de abrir nuestros corazones a los nuevos paradigmas, a las nuevas enseñanzas, a la nueva tierra que entre todos deberemos construir tarde o temprano. Sembrar esa visión de esperanza y amor es nuestro cometido. Esperamos que lo demás se contagie y venga por añadidura. Incluso el cambio interior en toda la humanidad, ese que de alguna forma evitará el colapso o lo transformará en algo positivo para la concordia universal entre todos los seres humanos y el ecosistema global que habita.