Transformar la rabia en amor

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No podemos evitar, a pesar de nuestro aparente estado de aislamiento en los bosques, conectar todos los días con el mundo para ver las noticias. Lo hacemos con frecuencia, ojeando varios diarios, comparando visiones, perspectivas, para así hacernos una idea global de cómo va el rumbo de nuestra querida humanidad, de sus intenciones y propósitos, de sus estados de guerra y de paz. Hoy nos visitaban dos alemanes y les preguntábamos de broma como iban las cosas por ahí en la Tierra. Estos días hemos estado en vilo por varios asuntos, especialmente por la escalada de tensión con Corea del Norte. Y estos días de nuevo la paz de este lugar es perturbada por la noticia de un atentado terrorista en nuestras querida Barcelona. Todo resulta atroz y paradójico. Atroz por todo lo que representa la muerte de esa docena de personas que andaban tranquilos en una tarde de verano, y paradójico que ocurra en un momento donde la turismofobia parece que hace su propio agosto.

Ayer, una persona que desea quedarse por tiempo indefinido aquí con nosotros decía que por un lado le encantaría y que por otro hay algo de él que le empuja a hacer algo más. Esa terrible sensación de culpabilidad y de intentar arreglar el mundo que a tantos nos ha invadido alguna vez. Y todo para luego descubrir, de forma humilde y arrodillada, de que es poco lo que podemos hacer, excepto cumplir con nuestro deber moral de ser buenas personas en nuestro entorno más inmediato, entre los nuestros, nuestra familia, amigos, vecindario, para hacer de este mundo bueno, un mundo mejor.

Nos preguntábamos hoy de dónde nace esa rabia que ha invadido a unos jóvenes enloquecidos con deseo de sangre y muerte. Nos preguntábamos qué clase de moral les perseguía, si es que eran capaces de saber esa primaria distinción ética entre el bien y el mal. Nos preguntábamos mientras construíamos cabañas para el nuevo mundo, qué ceguera habrá podido con ellos para llegar incluso a la extinción de sus propias vidas. Es algo que no podemos comprender, por más vueltas que le demos a todo. Esta mañana, algo abatidos por el atentado, intentábamos descubrir el origen de ese mal, de esa ignorancia, y nos dábamos cuenta por algunos comentarios de que la rabia se contagia, de que es algo que llevamos dentro, latente, esperando cualquier excusa para saltar por los aires. Y esas excusas están ahí todos los días, en las pequeñas cosas, en actos estúpidos que pueden desencadenar en una tragedia.

En el círculo de consciencia de hoy nos preguntábamos como podíamos transformar esa rabia en amor, ese dolor y ceguera en algo que pudiera servir para cambiar el mundo. Y la conclusión era clara, no dejándonos arrastrar ni contaminar por el odio, por la ira, por la cólera, por la violencia. Lo mejor que podemos hacer es contagiar amor en el otro, independientemente de quién sea el otro. Sólo podemos hacer eso.

Paz y descanso a los que se han ido. Paz y amor a los que quedamos.

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